martes, 23 de agosto de 2011

Más droga para el drogadicto físico-dependiente...

No se requiere ser experto para saber que tanto el Quantitative Easing 1 (QE1) como el Quantitative Easing 2 (QE2) fracasaron rotundamente. Igual suerte seguirá el Quantitative Easing 3 (QE3). No olvidemos que el objetivo del QE1 era impulsar la economía norteamericana y no lo logró. Igual suerte siguió el segundo. ¿Necesitamos una prueba adicional del fracaso de primeros si hoy en día se plantea la necesidad del tercero? De haber funcionado, no habría necesidad de segunda ni tercera parte.

¿Pero dónde nace el problema hace tiempo conocido por todos quienes me leen pontificar en contra de las intervenciones estatales? Si en algo están contestes keynesianos y monetaristas es en las ansias por estabilizar o aumentar el nivel de gasto, pues concluyen, eso estabilizará el nivel de producción (y de empleo). El problema viene dado por los patrones de especialización que puede desarrollar una economía, los cuales no son fácilmente corregibles. Éstos, pueden ser insostenibles luego de una debacle, y los estímulos solo tenderán a ocultar el problema o chutearlo en el tiempo. Veamos un caso típico. España, tiene una economía adaptada para producir casi un millón de viviendas al año, pero no las necesita actualmente. Esos recursos deben destinarse a otras industrias más eficientes y más importante aún, que respondan a una demanda efectiva -posiblemente externa- ya que en la Madre Patria la cosa sigue color de hormiga. Solo eso permitirá a España obtener divisas y pagar lo que debe a Alemania y Francia (y que han dilapidado en la burbuja inmobiliaria).

Mientras la economía se reajusta, es evidente que el volumen de gasto se contrae, porque su producción se reduce hasta que el reajuste se complete. Esto es de Perogrullo. Si producimos menos/somos más pobres, gastamos menos. Eso seguirá así hasta que volvamos a ser más ricos/produzcamos más. Los monetaristas dirán “como la producción cae, incrementemos la cantidad de dinero” para que el gasto nominal no decaiga (aun cuando lo haga el gasto real).

Esto nos lleva a otro problema. Como se sabe, los Bancos Centrales no crean dinero a la usanza del minero que extrae oro, solamente conceden crédito (que luego es utilizado como dinero por los prestatarios). Pero este nuevo medio de pago no se distribuye uniformemente en la economía, lo que en teoría elevaría neutralmente los precios, por el contrario, incrementa la capacidad de pago de algunos agentes -el Gobierno–, distorsionando los precios relativos y la estructura empresarial de la economía. Eso y no otra cosa son los QE: Préstamos del FED muy ventajosos al Tesoro estadounidense que han permitido a Obama promover programas inútiles de estímulo que solo han retrasado la recuperación. A la fecha, más de un tercio de toda la deuda emitida por el Tesoro estadounidense desde 2009 ha sido monetarizada por la Fed.

Todos conocemos las implicancias de una política inflacionaria: La Reserva Federal pone en riesgo la confianza de la gente en el dólar como reserva de valor, la tasa de interés está artificialmente baja, lo que retrasa (y desincentiva) el requerido desapalancamiento de los agentes, la deuda pública sigue subiendo, el Gobierno pierde capacidad para amortizarla sin devaluar, el poco capital se dilapida en proyectos que no agregan valor (lo destruyen), y los precios relativos se distorsionan, lo que impide que el sistema de precios oriente a la adecuada recolocación de los factores en proyectos eficientes.

Apenas las materias primas se dispararon a precios de 2008, la QE2 fracasó. Lo que ha pasado estos últimos años es una sobreinversión en bienes finales (i.e. SUVs) y poca inversión en materias primas. El cuello de botella se ubica en la producción de estas últimas, estrangulando el crecimiento mundial. No se puede seguir gastando sin desatar este nudo gordiano. Esto solo será posible invirtiendo en nuevas minas o pozos petrolíferos, nuevas refinerías, reconversión del campo a uno más competitivo, etc. El problema es que habiendo plata fácil, da igual pagar más por materias primas porque se hace de inmediato. Eso pospone cualquier reconversión.

La política de Bernanke parece ser seguir dando plata a Obama para que gaste como desaforado. Ambos no logran captar que lo más importante para recuperar la economía es reajustar sus estructuras empresariales de manera tal que sus patrones de especialización respondan a una demanda real, lo que los hará sostenibles en el tiempo. Solamente intentan posponer la cuestión de la deuda para mantener a flote negocios quebrados y sin futuro por algo más de tiempo. Con la QE3 pasará lo mismo que la QE2. Se elevará el precio de las materias primas, distorsionando los precios relativos y las tasas de interés. Todo esto, a costa de nuevos billones que habrá que contabilizar en la inmensa deuda norteamericana.

Frente a una economía enferma, dependiente del dinero fácil, la única solución es la misma que conocemos para el alcohólico consuetudinario. Cortar de una buena vez y para siempre, la ingesta de alcohol (plata). Ningún alcohólico se recupera tomando cada día un poquito menos. En el ínterin muere de cirrosis.


jueves, 11 de agosto de 2011

"Educación gratuita"

Prolegómenos.
Hace algunas semanas, el Presidente de la República señalaba, para descontento de la "progresía" en general, que la educación era un bien de consumo. Frente a las airadas reacciones de los estudiantes y ciudadanía, hubo de recular, morigerando sus palabras a la vez que varios de sus colaboradores salían a resolver el entuerto interpretando los dichos de Piñera de manera más "amigable".
Así, uno de ellos señaló que técnicamente lo que había querido significar el mandatario era que siendo un bien de consumo como cualquier otro, el consumidor (cliente, estudiante), podía elegir[1] y otro explicó que no había tanta diferencia entre una lata de Coca-Cola y la educación.
Otro destacado economista reparó en el hecho que la comida, algo mucho más fundamental que la educación tanto lógica como cronológicamente, era un bien de consumo y no gratuito y que nadie había propuesto hasta el momento, que el Estado debiese regalarla.
Sin desconocer la veracidad de las ideas contenidas en las declaraciones reseñadas, parece extraño que ninguno de los comentaristas del Jefe de Estado haya reparado en lo esencial. La Educación, si bien es cierto puede ser un bien de consumo, es ante todo una inversión.
Este "descubrimiento" que para muchos puede parecer baladí y evidente, implica una serie de consecuencias que deseo analizar en esta columna.

Educación. ¿Bien de consumo, inversión o ambos?
En primer término, es menester distinguir entre un bien de consumo y uno de inversión, señalando sí, que la diferencia no es radical y tiene mucho más que ver con la intención del ser humano que con la cosa misma. Algunos podrán decir que la diferencia es incluso arbitraria. Así, un camión será usualmente un bien destinado a producir otros o una renta, una inversión, como cuando lo utilizamos para mover áridos o transportar mercaderías. Pero también puede ser un bien de consumo que nos permita gozarlo sin tener en mente generar plata (de hecho, el ejemplo propuesto nos hace gastar plata como locos). Basta mirar una fotografía para darse cuenta que esta “camioneta”[2] (la más grande del mercado) permite darse un gusto sin tener que cargarla de troncos o algo así.
Esta observación nos permite aplicar la dicotomía referida a otros ámbitos, incluyendo por cierto, la educación. Podemos educarnos por placer, por darnos un gusto, o para obtener herramientas que nos permitan ganarnos la vida. Existirán carreras que objetivamente parezcan más bien de consumo y otras de inversión pero al final lo que prima será siempre la motivación que tuvo el estudiante. Así, Aristóteles ganó bastante dinero enseñando filosofía (hoy en día sería algo complejo), y hace unas semanas entrevistaban en televisión a un ingeniero que decidió vivir como mendigo en las calles de Santiago.
Lo anterior implica a lo menos dos conclusiones importantes. En primer término, que la educación puede ser un bien de consumo o una inversión, y otra, consecuencia lógica de la primera, que dependiendo de la finalidad que tenga, puede significar ganar plata, o gastar plata. Un grupo de niños puede comprar maíz curagua para hacer cabritas y venderlas, o para hacerlas y comérselas.

Educación. Un proyecto de inversión como cualquier otro.
¿Pero a qué viene todo esto? Simple. Si es inversión, el proyecto educativo debe llevarse a cabo solo si es rentable, un ingeniero comercial diría “tiene un VAN positivo”. Eso implica analizar la demanda por la carrera seleccionada y en nivel de remuneración típico para los egresados. Si el costo de la carrera es alto y la remuneración baja, no convendrá estudiarla. Al mismo tiempo, debe considerarse el costo de oportunidad… trabajar durante esos 4 o 5 años y eventualmente meter al banco u otra forma de invertir, las 200 o 300 lucas mensuales de la carrera. A tal efecto es bueno considerar datos públicos y de fácil acceso como los que presenta esta página de internet[3].
Lamentablemente este ejercicio tan sencillo y necesario no es usual en la toma de decisión que lleva a elegir una carrera por sobre otra. Así encontramos luego personas que reclaman porque apenas les alcanza para pagar el crédito y como les parece injusto, no lo hacen. Justifican este actuar señalando que la “educación es un derecho” y que por consiguiente debería ser “gratis” (pagada por otro).
Siguiendo la lógica de la inversión, me pregunto si los mismos que piden que nosotros les paguemos la educación, estarían de acuerdo en que el Estado le regalase a cada joven de 18 años, una cantidad X (promedio del costo de una carrera típica) para que ejerciendo su libertad, emprendiese en vez de estudiar. ¿O acaso el Estado no debería ayudar ahí porque el tipo se convertiría en un “despreciable empresario”? La verdad de las cosas es que el Estado (nosotros) no tenemos por qué financiar algo que no nos beneficia en lo absoluto, por el contrario, solo implica más impuestos y pagar dos veces. ¿O alguno de ustedes cree que los beneficiarios de la “educación gratis” les trabajarán gratis una vez titulados?
Por otro lado, si la educación es para alguien un bien de consumo, difícilmente podría justificarse el que los demás se la pagasen. Aún así, existe una enormidad de becas para estudiar carreras que nada aportan al país, y qué decir a usted o a mí como personas individuales. Basta echar una mirada a las listas de becas al extranjero de CONIYCYT, para contabilizar una enormidad de recursos destinados para alumnos de “Literatura Inglesa”, “Ciencia Política”, “Filosofía” y una serie de materias que pueden ser muy interesantes pero solo aportan al ego, conocimientos y satisfacción personal del becario. Resulta llamativo -por decir lo menos- que exista plata en Chile para financiar doctorados en “hermenéutica literaria” o “profundización de danza”[4].  

¿Nos llenaremos de ingenieros en minas y geólogos?
Al leer lo anterior, muchos podrán verse tentados a pensar “entonces, nos llenaremos de ingenieros en minas y geólogos y habrá pocos profesores y periodistas”. En efecto, un análisis racional del proyecto educación, que repito, es normal cuando a uno le cuestan las cosas pero definitivamente superfluo cuando se las regalan, implica que mucha gente comenzará a preferir las carreras más lucrativas en desmedro de las menos rentables. Pero no todo el mundo estudia solo por ganar más plata, muchos seguirán estudiando carreras menos rentables por “amor al arte”.
Por otro lado, la oferta y demanda son variables mutables en el tiempo. Si mucha gente decide ser ingeniero en minas, la mayor oferta determinará que el sueldo promedio baje. Y si de un día para otro casi nadie estudia periodismo y en algún momento comienzan a escasear, verificaremos el efecto contrario. Los medios estarán dispuestos a pagar más por conseguir un periodista.    

Nada justifica la existencia de becas.
Mucho se discute sobre la necesidad de contar con mayor “Capital Humano Avanzado” (un eufemismo para referirse a personas con capacitación adicional a la de pregrado). La falta de estas personas explicaría parte de nuestro subdesarrollo y justificaría la existencia de becas destinadas a tal cometido.
Este supuesto se cae por su propio peso. Si realmente el mercado requiriese personas con este tipo de capacitación, existiría una demanda por ellos, lo que se vería fielmente reflejado en el nivel de remuneraciones que obtendrían una vez titulados. Este delta en los sueldos permitiría pagar el crédito que permitió financiar el postgrado. La verdad dista mucho de la expuesta. Las cifras demuestran que solo la mitad de los beneficiarios de becas de postgrado ganan más una vez titulados[5].
Sería bueno por ejemplo saber qué ventaja representa para Chile la beca que recibe el hijastro del señor Mario Waissbluth, para estudiar diseño en Estados Unidos[6]. Si consideramos que el señor Berlin es dueño de una importante y lucrativa empresa dedicada al diseño de casas (que no son precisamente para “pobres”) y salones de venta[7], el escándalo es mayúsculo.
Circula entre la masa ignorante, que usualmente es mayoría, no lo reconoce y es atrevida encima, la creencia que no existe nada más “redistribuidor” que la educación gratuita. Sostienen los genios de esta tendencia que los “ricos” pagarían la educación a quienes no puedan costearla, porque son ellos los que pagan mayormente impuestos. Esta falacia es fácilmente refutable.

Los impuestos no redistribuyen, los pagan los pobres.
Para muchas personas, por no decir la gran mayoría, los impuestos son una excelente manera de redistribuir la riqueza en una sociedad. En efecto, sostienen que bien planteados, los ricos pagarán más, y los pobres pagarán menos (o derechamente no pagarán). Un sencillo análisis de la forma en cómo operan nos permitirá demostrar lo errado de esta postura.
Imaginemos el impuesto a la renta[8], el típico tributo que grava lo que la ley define como “los ingresos que constituyan utilidades o beneficios que rinda una cosa o actividad y todos los beneficios, utilidades e incrementos de patrimonio que se perciban o devenguen, cualquiera que sea su naturaleza, origen o denominación”.[9]
Este impuesto, que reconoce diversas variantes, es pagado básicamente por empresas y profesionales que ganan más de un monto determinado. La gente “humilde” usualmente no paga por quedar bajo los tramos de ingresos gravados por el mismo. Eso al menos en la teoría, porque ese impuesto, es pagado por los pobres. “¿Cómo es posible esto?” dirá alguien por ahí, “si es un impuesto directo, que debe ser pagado por la empresa o la persona que genera la renta…”. La explicación es sencilla. Una cosa es que el obligado sea el empresario o la persona natural y otra muy distinta, a que en la práctica el dinero sea enterado por el sujeto pasivo. La empresa o el profesional incrementan el valor de los bienes o servicios que ofrecen en idéntica proporción que el impuesto y lo que debían pagar ellos lo paga el consumidor final (que no necesariamente es “rico”).
De manera tal que subir impuestos para tener “educación gratis” en nada garantiza que los “ricos” paguen la educación de los “pobres”, muy por el contrario, si se establece como un Derecho Universal Garantizado como pretenden algunos, habrá hijos de “ricos” estudiando gracias a los impuestos que pagan los “pobres”.
Podría decirse sin temor a equivocarse, que una política como la planteada implicaría una transferencia neta de riqueza de “pobres” a “ricos”.

Lucro, el chivo expiatorio.
Otro mito en el tema en discusión es la culpa del lucro en la mala calidad de la educación. Esta creencia se repite con una chulería impresionante y la repiten moros y cristianos. Así, las universidades estatales, que supuestamente no persiguen fines de lucro, serían mejores porque reinvertirían el dinero que reciben por concepto de matrículas y mensualidades en mejores laboratorios, bibliotecas, contratar profesores de mayor renombre, etc. En cambio las privadas, ganarían plata y los dueños la usarían para jugársela en el Monticello, comprarse relojes de varios millones o tener varias casas en la playa, entre otras inmoralidades que un verdadero “progre” no puede aceptar (a pesar que llegaron al gobierno con una mano por delante y otra por detrás y salieron ricos a los 20 años).
La verdad es un poco distinta. Existen universidades privadas como el ajo y otras muy buenas, tanto o mejor que las mejores estatales. Los criterios con que podemos calificarlas son bastante amplios como se desprende de los rankings disponibles[10]. Otra manera de clasificar las universidades parece ser la famosa “acreditación”, que no es más que un procedimiento de cumplimiento de normas formales que en poco y nada garantizan el resultado. Daría para varias columnas el analizar el verdadero “negociado” que constituye para consultoras y empresas relacionadas. El mercado sabe más. Paga mejor a un abogado de la Chile, de la Católica o de la Adolfo Ibáñez, que a uno de la universidad del chancho.
Es justamente el lucro lo que garantiza calidad cuando los mercados operan libremente. ¿Se ha fijado en lo malos que eran los automóviles del “bloque socialista”? Al no existir competencia, ni mayor incentivo pues la oferta y el precio eran determinados por un burócrata, las empresas estatales no se esforzaban por entregar mayor calidad. Fuese bueno o malo el Lada, ganaban los mismo. ¿Qué otra cosa que el afán de ganar más podría impulsar a un empresario a hacer las cosas mejor? ¿A que opten por su universidad y no por la de enfrente? El lucro no es el problema, no lo es en la fabricación de alimentos, menos en la educación, que como se señaló, es menos importante (no muero de inanición, luego estudio diría Descartes).
Si el “lucro” no ha funcionado es justamente porque está prohibido. Las universidades no pueden ganar plata, generar utilidades a sus dueños. Esto ha implicado el surgimiento de inmobiliarias que le arriendan sedes a las universidades para lucrar con ello. Nada de malo veo en ello. La poquedad de los críticos en esta materia es abismante. Intentan comparar la investigación que llevan a cabo las universidades estatales, con la prácticamente inexistente en la gran mayoría de las privadas. Olvidan que el gran mandante de estas investigaciones es el Estado, ente que difícilmente repara en la rentabilidad de los proyectos que encomienda, utilizándolos como verdaderas cajas pagadoras de favores políticos y afines. La inutilidad de estos estudios se demuestra por el absurdo. Si fuesen rentables, los encargaría la empresa privada.

Conflictos de interés y representatividad.
Por último, me gustaría “rayarle la pintura” al movimiento. En primer término, señalar que sus integrantes tienen evidente conflicto de interés, al ser los beneficiarios directos de las políticas públicas en materia de educación, actuales y potenciales. Alumnos que estudiarían gratis y profesores que ganarían más o tendrían más bonos y regalías de ser escuchadas sus pretensiones. Si los dueños de las tabacaleras o los banqueros desfilasen por la Alameda exigiendo algo al Estado, todos los señalaríamos con el dedo por el mismo problema. No lo hacen de esa forma, les gusta más el lobby y financiar campañas políticas, pero igual nos enojamos frente a tal práctica. Y no es necesario pertenecer a una corriente tan radical como los que protestan para tener conflictos. No olvidemos que el señor Mario Waissbluth, autoerigido gurú de la Educación, vive (bastante bien por lo demás[11]) a costa de proyectos encargados por entes públicos[12]. Sería desconcertante escucharlo pedir algo distinto que más recursos para la educación pública. Lamentablemente jamás lo ha señalado de motu proprio así como tampoco se ha referido jamás a la beca de su niñito. De hecho, se enoja al respecto y bloquea en twitter cual niño enojado cuando lo pillan en algo que no corresponde. Algo de ética le quedará… la gente al conocer estos datos le resta legitimidad abrumadoramente[13].
Respecto a la representatividad de los estudiantes, baste señalar que hace casi dos años, se presentó una candidatura presidencial que proponía exactamente lo mismo que ellos en materia de educación: gratuita, aumento de impuestos, y renacionalización del cobre. Tenemos claro que Arrate no logró ni siquiera el 7% de los votos[14]. Estoy seguro que nadie podría plantear hoy en día que en menos de dos años, la gran mayoría de la población tiene ese pensamiento. De hecho, consultada la gente de manera que sopese las consecuencias de una “educación gratuita”, la desechan por amplio margen[15][16].

Palabras al cierre.
Afortunadamente, y luego de meses de conflicto, el mandamás me hizo caso y ha señalado de una buena vez “nada es gratis en esta vida, alguien lo tiene que pagar”[17], o como dirían los norteamericanos, “there ain't no such thing as a free lunch”, descartando una reforma tributaria.
Algunos me llamarán fascista (ignorantes, los fascistas son estatistas y entregan “educación gratis”), individualista, sin corazón, poco soñador, conservador o lo que quieran. Prefiero llamarme libertario, realista, racional y científico. La verdad sea dicha, no existe manera alguna de “igualar” o “nivelar la cancha” que no pase por ejercer violencia sobre unos para robarle parte de sus ingresos y darles a otros. Eso y no otra cosa son los impuestos, y el Estado que los recauda, es ineficiente, en ocasiones ladrón, y además implica costos de administración enormes.


[8] El ejemplo del IVA es más decidor aún. Los “pobres” consumen prácticamente todo lo que ganan, lo que implica que en la práctica pagan casi el 20% de lo que reciben, en impuestos. Los “ricos”, difícilmente gastan todo lo que reciben, de hecho invierten, ahorran, etc., por lo que en la práctica, y proporcionalmente, pagan menos IVA.
[9] Ley sobre Impuesto a la Renta. Artículo 2° número 1.