En buen chileno -y esperamos que el lector
omita interpretaciones que están fuera del interés del autor de esta columna-,
el problema no es que salga mucho sino todo lo contrario, entra muy poco. El
certero diagnóstico “progresista” invita entonces a no impedir que siga
saliendo, sino meterle más aún (¡plata, mal pensados!), para lo cual no viene
nada de mal seguir estrujando a los tacaños privados y seguir apoyando a las
clases desamparadas a través del Estado Benefactor.
¿Y si vamos a las cifras para dilucidar un
poco el embrollo? Veamos el caso de España. Entre 2008 y 2009 (máximo déficit
público) la recaudación fiscal cayó en casi €60.000MM en circunstancias que el
gasto aumentó en €70.000MM. Imaginemos por un instante, que como gran
concesión, yo aceptase que ambas variables tienen idéntica importancia, empate.
¿De aquello debemos derivar que el gasto debe
recortarse en idéntica medida que aumentamos los impuestos? Desde luego no.
Veamos las cosas un poco en retrospectiva: Entre los años 2002 y 2007, aquellos
de la “burbuja inmobiliaria”, el Estado godo engordó gracias a los ingentes
recursos expoliados al amparo de un crecimiento artificial de la economía[2].
Cualquier gobernante “sensato” hubiese tomado estos ingresos como
extraordinarios, no permanentes, los cuales debían ahorrarse o utilizarse para
financiar gastos de una sola vez y jamás aquellos de tipo permanente y/o a
largo plazo. Pero eso requiere algo imposible de encontrar en los políticos -personas
acostumbradas a prometer el cielo y la tierra a los “pobres” y regalar migajas
de las sobras de lo que roban a los “ricos”-, cabeza. En un período en que los
ingresos aumentaron un 54%, aumentaron los gastos en un 45%.
Los más recalcitrantes volverán al ataque
sosteniendo que en 2006 España tuvo un superávit del 2% del PIB, pero como se
ha señalado, este era incapaz de absorber la caída en los ingresos subsecuente.
Este razonamiento es similar al del niño que encontrase 10.000 pesos tirados en
la calle y decidiera gastar 9.000 más de lo que acostumbra semanalmente, de
forma constante. Mientras los miopes podrían pensar que el niño fue
“ahorrativo” pues de todas formas tuvo 1.000 pesos de superávit, otros
pensaríamos en lo irresponsable que ha sido al dárselas de bacán comprándole
chocolates a las compañeritas. Chocolates que, evidentemente, no podrá volver a
regalar. Habría de esta forma sentenciando su futura fama de galán, pues a la
semana siguiente no lo habrían pescado ni en bajada por pobretón.
Contablemente, a partir de ese día tendría un déficit. ¿Alguien en su sano
juicio diría que Pedrito perdió sus amiguitas porque no se encontró nuevamente
un billete de diez lucas a la semana o porque se las dio de bacán no teniendo
donde caerse muerto?
El caso español es exactamente el mismo. Si
entre 2002 y 2007 hubiese congelado el gasto fiscal, habría tenido platita (poca
pero segura, como decía Enrique Maluenda) ahorrada para enfrentar la crisis sin
el terrible déficit actual. A mayor abundamiento, aunque en 2006 España tuvo un
superávit presupuestario del 2%, el FMI ya señalaba que en realidad presentaba
un déficit estructural del 1,2%. Esto quiere decir que en ningún momento de la
década tuvo un déficit estructural inferior al 1%. Bajo los actuales criterios
(bastante relajados) de Merkel y Sarkozy para limitar el déficit estructural al
0.5% del PIB, la Administración Pública española hubiese reprobado anualmente.
En definitiva, no hay que ser un Einstein para
darse cuenta que los Estados europeos que más se lanzaron a la piscina en la
estupidez de gastar como condenados los ingresos extraordinarios entre los años
2002 y 2006 son los más cagados (permítanme el chilenismo, no estoy en la
cátedra) actualmente. De muestra, un botón: Compare sus cifras de crecimiento
del gasto público (entre el 32 y el 60%) con las de los ahorrativos teutones,
quienes apenas incrementaron sus gastos un 2% en seis años:
Raya para la suma. España “ahorró” bien poco.
Al revés, hipotecó su estabilidad financiera futura al asumir gastos
permanentes y crecientes en base a una endeble, falsa e insostenible “bonanza”.
Y así como los españoles de a pie se volvieron locos gastando lo que no tenían,
lo hicieron los políticos con la plata ajena. Estas consideraciones nos llevan
a afirmar que del hundimiento de la recaudación tributaria no se colige que
deban subirse los impuestos, muy por el contrario, se demuestra que debe
reducirse el gasto. Acabada la burbuja, queda de manifiesto el nivel de grasa
acumulada por el Estado español, la cual es insostenible cuando tus entradas
extraordinarias se convierten en ilusorias. Si de verdad los cerdos planean
volver a la senda del crecimiento y dar rienda suelta a la creatividad e
innovación de los privados, la solución es una sola, reducir el hipertrofiado
gasto del sector público.
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