miércoles, 25 de abril de 2012

Los cerdos (PIGS) en déficit. ¿Entra poco o sale mucho?

Los partidarios del Leviatán sostienen con vehemencia que los descomunales déficits de estas pobres naciones pasan por una caída ostensible en los ingresos fiscales, sin parar mientes en el esquizofrénico gasto público que ha caracterizado sus finanzas hace varios lustros a lo menos.
En buen chileno -y esperamos que el lector omita interpretaciones que están fuera del interés del autor de esta columna-, el problema no es que salga mucho sino todo lo contrario, entra muy poco. El certero diagnóstico “progresista” invita entonces a no impedir que siga saliendo, sino meterle más aún (¡plata, mal pensados!), para lo cual no viene nada de mal seguir estrujando a los tacaños privados y seguir apoyando a las clases desamparadas a través del Estado Benefactor.
¿Y si vamos a las cifras para dilucidar un poco el embrollo? Veamos el caso de España. Entre 2008 y 2009 (máximo déficit público) la recaudación fiscal cayó en casi €60.000MM en circunstancias que el gasto aumentó en €70.000MM. Imaginemos por un instante, que como gran concesión, yo aceptase que ambas variables tienen idéntica importancia, empate.
¿De aquello debemos derivar que el gasto debe recortarse en idéntica medida que aumentamos los impuestos? Desde luego no. Veamos las cosas un poco en retrospectiva: Entre los años 2002 y 2007, aquellos de la “burbuja inmobiliaria”, el Estado godo engordó gracias a los ingentes recursos expoliados al amparo de un crecimiento artificial de la economía[2]. Cualquier gobernante “sensato” hubiese tomado estos ingresos como extraordinarios, no permanentes, los cuales debían ahorrarse o utilizarse para financiar gastos de una sola vez y jamás aquellos de tipo permanente y/o a largo plazo. Pero eso requiere algo imposible de encontrar en los políticos -personas acostumbradas a prometer el cielo y la tierra a los “pobres” y regalar migajas de las sobras de lo que roban a los “ricos”-, cabeza. En un período en que los ingresos aumentaron un 54%, aumentaron los gastos en un 45%.
Los más recalcitrantes volverán al ataque sosteniendo que en 2006 España tuvo un superávit del 2% del PIB, pero como se ha señalado, este era incapaz de absorber la caída en los ingresos subsecuente. Este razonamiento es similar al del niño que encontrase 10.000 pesos tirados en la calle y decidiera gastar 9.000 más de lo que acostumbra semanalmente, de forma constante. Mientras los miopes podrían pensar que el niño fue “ahorrativo” pues de todas formas tuvo 1.000 pesos de superávit, otros pensaríamos en lo irresponsable que ha sido al dárselas de bacán comprándole chocolates a las compañeritas. Chocolates que, evidentemente, no podrá volver a regalar. Habría de esta forma sentenciando su futura fama de galán, pues a la semana siguiente no lo habrían pescado ni en bajada por pobretón. Contablemente, a partir de ese día tendría un déficit. ¿Alguien en su sano juicio diría que Pedrito perdió sus amiguitas porque no se encontró nuevamente un billete de diez lucas a la semana o porque se las dio de bacán no teniendo donde caerse muerto?
El caso español es exactamente el mismo. Si entre 2002 y 2007 hubiese congelado el gasto fiscal, habría tenido platita (poca pero segura, como decía Enrique Maluenda) ahorrada para enfrentar la crisis sin el terrible déficit actual. A mayor abundamiento, aunque en 2006 España tuvo un superávit presupuestario del 2%, el FMI ya señalaba que en realidad presentaba un déficit estructural del 1,2%. Esto quiere decir que en ningún momento de la década tuvo un déficit estructural inferior al 1%. Bajo los actuales criterios (bastante relajados) de Merkel y Sarkozy para limitar el déficit estructural al 0.5% del PIB, la Administración Pública española hubiese reprobado anualmente.
En definitiva, no hay que ser un Einstein para darse cuenta que los Estados europeos que más se lanzaron a la piscina en la estupidez de gastar como condenados los ingresos extraordinarios entre los años 2002 y 2006 son los más cagados (permítanme el chilenismo, no estoy en la cátedra) actualmente. De muestra, un botón: Compare sus cifras de crecimiento del gasto público (entre el 32 y el 60%) con las de los ahorrativos teutones, quienes apenas incrementaron sus gastos un 2% en seis años:
 
Raya para la suma. España “ahorró” bien poco. Al revés, hipotecó su estabilidad financiera futura al asumir gastos permanentes y crecientes en base a una endeble, falsa e insostenible “bonanza”. Y así como los españoles de a pie se volvieron locos gastando lo que no tenían, lo hicieron los políticos con la plata ajena. Estas consideraciones nos llevan a afirmar que del hundimiento de la recaudación tributaria no se colige que deban subirse los impuestos, muy por el contrario, se demuestra que debe reducirse el gasto. Acabada la burbuja, queda de manifiesto el nivel de grasa acumulada por el Estado español, la cual es insostenible cuando tus entradas extraordinarias se convierten en ilusorias. Si de verdad los cerdos planean volver a la senda del crecimiento y dar rienda suelta a la creatividad e innovación de los privados, la solución es una sola, reducir el hipertrofiado gasto del sector público.


[1]    Portugal, Irlanda, Grecia y España.
[2]    En una entrega posterior explicaremos los incentivos estatales perversos que propiciaron esta escalada alcista.

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